Emiliana. E-mi-lia-na.... Emiliana, Emiliana, Emiliana, Emiliana, Emiliana, Emiliana... EMILIANA! Anailime... No recuerdo bien, pero tampoco recuerdo mi infancia...era como un sueño raro, uno de esos donde todo se repite sin sentido. ¡Un bucle! Siempre lo mismo. Comer. Siempre comiendo. Comía todo el tiempo. Sin importar si tenía hambre o no. Odiaba comer, claro, pero estaba ahí, día tras día, con la cuchara en la mano y el plato frente de mí. Carne seca, papas frías y salsas que olían a desesperación, pero lo peor no era la comida. No. Lo peor era que siempre quedaba más, como si alguien,como si una fuerza malévola se empeñara a llenar el plato ¡Cuando no lo estaba mirando! Como si de una especie de castigo se tratara ¿Sabes? Y yo en mi infinita sabiduría infantil... Escondía la comida. Tenía mis trucos. Un trozo de carne por aquí, un pedazo de pan por allá, unas cuantas papas en los calcetines... Era toda una maestra del engaño. ¿Más? Me preguntaban. Sí, tengo más hambre, mentía, mientras mi vestido se hinchaba con los restos de comida del día, pero el silencio que seguía a esa mentira era casi... cómodo. Y nadie decía nada. Nadie preguntaba nada. Yo sonreía con la boca llena de algo que no podía tragar y me servían más y yo les seguía el juego. El perro debajo de la mesa parecía entenderlo mejor que nadie. También recuerdo una muñeca. ¡Ah! La muñeca. A todos les asustaba cuando se ponía a llorar. A mí me hacía gracia. A veces la ponía a llorar solo para ver qué cara ponían los demás. ¡Jajaja! Era una especie de broma siniestra que me gustaba hacer. Ese sonido agudo, casi como el llanto de un bebé endemoniado que resonaba por toda la casa... ¡Como la adoraba! ¡Como la quería! Tan pequeña, tan frágil... yo la escuchaba, la abrazaba. La abrazaba con una fuerza que podía haberla roto, pero no lo hacía. Solo lloraba más y.… y yo pensaba que esa muñeca era lo más cercano que iba a estar de tener una hermanita. No una hermana normal. Una hermana que llora, que no come y que nunca duerme... mmm... No está mal. ¡Jeje! Había días donde la muñeca lloraba tanto que alguien intentaba apagarla. Por lo general le quitaban las pilas o la aventaban a un rincón. Pero ella siempre encontraba la forma de volver. Como un mal presentimiento. ¿Sabes? Mientras tanto yo continuaba con mi show…Mentía sobre el hambre, escondía la comida y sonreía. La muñeca lloraba y pensaba que tal vez las dos éramos iguales. Dos seres atrapados en una casa que nunca cambiaba. ¡Un bucle! Yo masticaba en silencio, la muñeca lloraba, el silencio de la casa... Ese silencio que parecía masticar también. Ñam. Ñam. Ñam. Masticaba el aire, masticaba el tiempo. ¡Y nadie decía nada! Lo sentíamos todos... Ese ruido que no era ruido. Y así pasaba el día. Todo era así... Un ciclo. Mentía. Comía. Escondía. Comer, esconder, mentir y escuchar ese llanto de la muñeca, que lloraba como si su vida dependiera de ello. Y quizás lo hacía... Nadie hablaba y yo... yo abrazaba a la muñeca, como si todo estuviera bajo control, como si fuera lo único que tenía sentido. Porque si no ¿Que más quedaba? ¡EMILIANA!